lunes, 28 de diciembre de 2009

Apuñalaron el humor



Dos puñaladas directas al corazón, de las que ha sobrevivido, y por el contrario lo han fortalecido, son la muestra del tesón de “clavelito” un gramalotero por adopción, graduado de payaso en la universidad de la vida, que en 1951 deslumbrado por los vivos colores del maquillaje y la fanfarria circense, a sus 14 años decidió literalmente dejar “El Encerradero” su natal vereda en el Zulia, para emplearse como todero en el Circo Internacional Chileno, que hacía correría por los pueblos del occidente nortesantandereano.

Sin que valieran ruegos ni llantos de su padre y madre, Víctor Reyes Rincón aceptó la propuesta del dueño del circo empezando como pega afiches, carga bultos y librea, es decir asistente de seguridad en actuaciones peligrosas, mientras embelezado todos los días, rumbo a Zipaquirá, correría que duró un año, veía la actuación de los artistas y tomó la decisión de hacerse payaso porque lo cautivaron los aplausos de los espectadores, y la resplandeciente cara de los niños con su espontánea risa.

La sal zipaquereña lo aterrizó en la cruda realidad de la pobreza de los artistas de circo de pueblo, así tengan nombre de internacional, y a los tres años cambió la carpa por las minas de Zipa, donde tampoco se amañó: vendió carbón, preparó alimentos en un colegio y canjeó la blanquecina sal por la harina de una panadería.

Atraído por el amor familiar, regresó a Gramalote, con 6 más años de experiencia, y por estar cuidando a una hermana de un pretendiente que a primera vista le afloraban las malas intenciones de mancillarle la virginidad, cayó en una celada que tramó su malhadado cuñado, y en un oscuro lugar del pueblo recibió una puñalada que por medio centímetro no le perforó el corazón, como lo evidencia una cicatriz en el pecho que exhibe como trofeo; pero como no hay mal que por bien no venga, recuperándose en el hospital, se encariño con la mejor amiga de su hermana, y sin importarle los 20 años de diferencia se casaron y procrearon 2 hijos, Leonor cuyos hijos viven en Venezuela y Abelardo que fiel a lo genes se hizo payaso y actúa en Cúcuta con el nombre artístico de Lechuga.

Víctor dejó los oficios de todero en un hotel de Cúcuta, y animado por su colega Dokú, debutó como payaso en Puerto Santander, pasando a Toledo y otros pueblos, pero como les iba mal, suspendieron presentaciones. Como le siguió picando el gusano artístico y se reencauchó, como se dice de quienes vuelven por sus fueros de payaso, reinició gira por los pueblos nortesantandereanos, pero de nuevo no les alcanzaba lo que ganaban ni para pagar la alimentación y hospedaje, recurriendo a la vieja costumbre de apoyarse en los alcaldes que asumían las cuentas en contraprestación a la diversión que le habían brindado a sus paisanos, y retornó a Cúcuta para animar piñatas y hacer publicidad en almacenes.

Viudo de su primera unión, se reencauchó pero con otra mujer de quien se separó en pocos años llevándose ella sus otros dos hijos. Echó raíces en la parte alta del Barrio Alfonso López, primero como inquilino y luego como propietario de un lote que negoció en $2.000, por allá en los setentas. Ahora tiene en López a su cargo, una hermana de 81 años, enferma dependiente de unos costosos medicamentos que constantemente Víctor con paciencia tramita con los organismos de salud subsidiada, porque sus ingresos como payaso independiente son insuficientes.

Por su analfabetismo, Víctor ha llevado del bulto en muchas partes, como hace cuatro meses al estarse inscribiendo como artista en el censo del Ministerio de Cultura, a la espera de la ayuda estatal por la ley de cultura, y una funcionaria le dijo que lo confirmara por Internet y lo dejó más confundido que payaso sin público ni aplausos; abusando de su característica decencia y humildad, que le hacen parecer tener más de sus 72 años, quizá por la ajetreada vida que ha llevado.

Para hacer reír se necesita tener paciencia y manejo sicológico, como el asumido por Clavelito en una oportunidad al llegar a una presentación y ser rechazado por el supuesto contratante alegando que otro era al payaso contactado, al cual hizo llegar y amenazó con “hasta hoy es Usted hombre vivo” situación que salvo el veterano Víctor ofreciendo la presentación de los dos payasos, y mientras le pasaba el susto al joven inexperto que se fue lo antes posible, Clavelito hizo partícipe de todos los actos al amenazador anfitrión a quien terminaron gozándose los asistentes.

Sin haber estudiado ni un año de primaria, la experiencia le ha enseñado a Víctor a ganarse el cariño de quienes le contratan, especialmente los niños delante de los cuales se caracteriza como payaso, y éstos se tranquilizan el verlo transformar por el ropaje y maquillaje, y aquellos que aún son recelosos con un dulce o regalo se los gana, rememorando su feliz aunque pobre infancia al igual que su juventud cuando llegó a Cúcuta y las minifaldas y escotes desde entonces son disimuladamente su mejor pasatiempo visual.

La segunda puñalada en el corazón se la propinó en el mes del amor y la amistad del 2009, una ejecutiva, a quien le expuso el caso de su necesitada hermana y a cambio le ofreció su actuación como payaso con tarifa normal de $100.000 solo o $130.000 con otro colega, pero ésta lo descartó diciéndole “A Usted no se le puede dar nada porque es un señor de edad” obteniendo como repuesta de Clavelito “Yo soy capaz; que el Señor la Bendiga”, situación que contrasta con la de la Secretaria de Cultura y Turismo de Cúcuta, Lucrecia Carrillo, que lo ha contratado para presentaciones en Puerto Villamizar y San Pedro, o la misma María Eugenia Riáscos que en campaña a la Alcaldía lo contrataba para que ambientara su llegada en los barrios periféricos de Cúcuta.

Aunque ésta época decembrina ha estado poco contratado, nunca ha pensado en otra cosa que ser humorista, que esporádicamente complementa con magia y canto, conservando como un tesoro ciertas constancias de actuaciones en centros educativos; por ello canta emocionado y con mucha sensibilidad “Payaso” la célebre pieza del mejicano Javier Solís, que dice es la vida de todos los colegas que ha conocido, mientras le aflora una lágrima y enrojecen sus ojos en el momento de entonar:

“Soy un triste payaso
Que en medio de la noche
Me pierdo en la penumbra
Con mi risa y mi llanto”


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